Cortesía
— No sé si
bautizarla Luna porque se robará mi luz,
o llamarla Sol porque brilla más de lo que esperaba
Mencionó
la mujer al lado de Velk, queriendo iniciar una conversación
—. Será una niña.
Velk
no sabía si la mujer a su costado esperaba que la escucharan, si hablaba sola o
si era sociable. Señaló con su rostro que le agradaba la idea.
— Hola, buenos días. Me gusta el nombre, es
mitológico…
Se detuvo a observar cómo estaba vestida la
mujer y notó que tenía aspecto de los llamados hippies. Asimismo, dio por
amigable a la mujer.
— Parece que conoces la mitología nórdica. — continuó
— Conocer es poco — Miraba su vientre, alzando
una de sus cejas —.
— ¿Está bien, señora? — Preguntó Velk, preocupada
por una desconocida —.
—
Si, sólo tengo un ser humano dentro de mí. No
pasa nada. — Dice, probándole que se puede tener sentido del humor sin ser
sarcástico —.
La incomodidad que la señorita sentía le
dificultaba el hablar. Velk no era servicial, pero era humana. Llamó a la
enfermera y seguía sosteniéndole la mano a la señorita, esperando ser atendida.
No fue más de dos minutos. No entendía por qué una señorita tan agradable
estaba sola en tal situación.
No era lo suficientemente entrometida como
para entrar a la sala de parto con ella, pero ambas estaban solas y la vida se
lo agradecería; estaba segura de que la vida es una ruleta, no necesariamente
de suerte.
—
¿Pasará con su esposa? — Interrogó la colérica enfermera — ¡Decida, ya es hora de
entrar y tomar más decisiones! —
—
¿QUÉ DEMONIOS? No soy lesbiana —Se alteró. Velk
odiaba las conclusiones profundas con simples observaciones —
—
Madure e ingrese a la sala de emergencia.
Acompáñenos, o al menos a ella, que no tiene a más nadie que su bebé y no
sabemos si ambas vivan.
Velk accedió
con disgusto, pero voluntariamente. La mirada de ésta enfermera en particular,
era de alguien que no manejaba bien la ira, pero sin duda alguna, sí trabajaba
bajo presión. Permaneció sentada poco más o menos de una hora, queriendo
respuestas. Fue por un café y había olvidado por completo qué la había traído a
ese lugar: era compañía de algún familiar, amigo o se hacia algún examen
clínico.
No perdería algo
valioso al preguntarle al secretario si se había o no registrado alguien con su
apellido, pero al comentarlo, éste la miró y respondió:
—
A diario se registran más de doscientas personas
y es probable que diez de ellos o más vengan con el apellido que usted. Dígame
su nombre y la buscaré. — Después de hablar, solo miraba la computadora —
—
Valk Tompkins, es mi nombre. Si no aparece
busque sólo Tompkins, por favor. Es posible que haya venido con un familiar y
no lo recuerde. Es poco común ese apellido aquí. — Confesó ella amablemente,
esperando que su amabilidad le pintara una sonrisa al secretario —
Indicó con el dedo
que estaba en el registro el nombre de su madre. Agregó como petición que le
indicase la habitación o el examen que su madre estaba realizándose. Parecía
que solo estaba ahí y ya; no tenía idea de por qué su madre estaba siendo
paciente de una endoscopia.
<< ¿Cómo
alguien olvida eso o descuida a su madre hasta tal punto?>> Quería seguir
el consejo de la colérica enfermera; dejaría de ser inmadura o temperamental y
buscaría a su madre o al doctor que la examinó para luego saber qué ocurriría
con la señora que traería una niña a éste mundo.
—Srta.
Tompkins, tome asiento, el Dr. Bob le ofrecerá la información respectiva al
examen de su madre y los resultados. —Comunicó el secretario—.
Valk percibió lastima
del secretario. Eso le desagradaba. Le aterraba saber qué ocurría con su madre
de cincuenta y nueve años, quien pasaría de estar con ella a estar con sus
hermanos a tres países de distancia.
Ante los ojos de sus hermanos, ella seria la hermana irresponsable que
no cuida a mamá. Podría soportar el odio o indiferencia de sus hermanos, pero
no soportaría perderla a su madre.
Sus pensamientos
fueron obstaculizados. Dr. Bob salía del consultorio y al mirarla supo que ella
lo esperaba ansiosa. Aún así, él tendría que seguir con otros pacientes. Valk
lo interrumpió, tocándole el hombro y pidiéndole de antemano que lo escuchara antes
de retirarse.
— Buenas tardes, deduzco que usted es el doctor Bob y que ustedes atendió
a mi madre. No pretendo quitarle mucho tiempo, solo que le indique al
secretario dónde están los resultados de mi madre, asimismo cuales son los
medicamentos que necesita para sanar lo que padezca. — Hablo tan rápido como
pudo — Su nombre es Camile Tompkins, de cincuenta y nueve años.
—
Buenas tardes, señorita…
Su madre es más que una paciente
para mí, es una vieja amiga. — Con su delicadas manos aparta a Velk del
transitado pasillo — Lamentablemente soy yo quien está enfermo, no es su madre.
No tiene que preocuparse, le pedí a su madre discreción y ella quiso registrar
una cita.
—
Oh, vaya, lo siento.
Espero sea algo que tenga cura. Porque, aunque no he compartido más que
esta plática con usted, nadie merece una enfermedad con o sin cura. Tenga buen
día, gracias por aclararme esto. — Le da un apretón de manos, que termina siendo
un abrazo — No le quito más tiempo.
El doctor solo sonrió, parecía haber
necesitado ese abrazo hace décadas. Para Velk era un día diferente. Conversó y
acompañó a una desconocida a sala de emergencia, abrazo a un desconocido,
insistió en buscar el registro de una clínica para hallar a su madre y se
imaginó viviendo sin su madre, resignándose
a vivir con el odio de sus hermanos.
Viviendo como loca su día a día, entregando
antes de recibir. Dejando aflorar su amabilidad, sin dejar de ser racional.
Nada sencillo, pero placido.
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