Par de ratas

     "Infelices" era una palabra que Adelaide usaba para reflejar su recor. El recor no desconoce a su dueño, pero sí ignora edades.  La niña que pronunciaba aquella palabra tenía ocho años. 
   
    ¿Quién la culparía? Por el contrario, la apoyaban. A pesar de ser su orientadora, su madre comprendía la ambivalencia que en el corazón y mente de Adelaide se habían forjado. Asimismo, tenia conciencia de la educación y gran corazón que su hija poseía, no se permitía juzgarla, mas le advertía el camino del odio. 
  
      En la vereda se le conocía como la niña que amaba las mascotas y no tenia más que peces nuevos cada semana, era entonces  tan pequeña que ni cuenta se daba que los gatos callejeros invadían su casa no solo a romper las bolsas con desechos. Durante tres meses sus padres campraron más de 20 peces con las misma en características físicas. Adelaida tenia una colección de enciclopedias didácticas sobre animales y posterior a las lecturas supo que los gatos no solo comían basura y que el atún provenía de un pescado. Aunque supiera eso, sus padres gastaron bolívares ahorrándole dolor a su hija. Esto cambió al cumplir siete años.
    
       Sus indiscretos vecinos le obsequiaron un cachorro. Adelaida no se alegró expontaneamente, agradeció e informó "mi hermana es asmática. Mi papá dice que lo gatos y perros deben estar lejos de ella... o ella de ellos. Tendré que consultarlo con ellos, pero si se niegan, ¿a dónde irá el dálmata?" y sin respuesta de sus vecinos, fue a donde sus padres estaban, pidiéndoles unos minutos de su tiempo. Acercándose su madre primero, preguntó lo sucedido y al llegar su padre, pidió a los vecinos que explicaran su obsequio. Génesis, su hermana, se unió a la platica aceptando la llegada de Vaca, arriesgándose a tener alergias, no se permitiría ser la razón de sus vacíos. Pensaba, sabiendo que su hermana Adelaida no haría más que agradecer y preguntar por sus antibióticos. Sus padres aceptaron, tomando en cuenta el poco pelaje de aquel cachorro y que no tendrian hogar de no haberlo aceptado.
    
        Fue el mejor regalo que pudo haber recibido. La forma en la que lo aceptaron significaba mucho para ella. Se comprometió a cuidarlo más que un juguete, "como debe ser tratado un ser vivo". La primera noche fue de compras con su padre en busca de  alimento, champú, juguete alguno, sabanas, periódicos, collar de paseo y una caja de carton para el nuevo integrante de la familia hasta comprar una cómoda cama. La alegría de Adelaida era inusual, estaba correteando por doquier. 
        
        No era como lo veía en otras casas: el cachorro recibe al dueño con excitación. El cachorro había orinado el lugar en el que lo habían dejado y había tomado su leche. Aún no tenia dientes. No lo recordaron al momento de compar el alimento, así que pidió a su padre que fuera por leche para cachorros mientras ella comenzaba con su cargo de dueña. Le comenzaba a inquietar el proceso de disciplina, pero le tranquilizaba haber visto un programa televisivo para entrenar perros. 
    
    Tampoco desarrolló su instinto para alejar los gatos. Lo único que consiguió en la primera semana fue alimentarlo y pasearlo. Suficiente para ella, aunque esperaba más de un cachorro. La segunda semana fue más sencillo, ya culminaba el verano e iniciaría las clases: "habrá tarea" decía, pensando en su poca diversión. Al ver a Vaca, razonaba recordando que también tendría con quien divertirse, además de sus hermanos. 
   
     Al volver a clases, su tema de conversación era Vaca y sin darse cuenta aburría a sus compañeros. Al darse cuenta de lo que hacia en repetidas ocasiones prefirió permanecer callado y hacer sus tareas en el receso para llegar a casa y solo distraerse. Vaya plan. No funcionó, era muy breve el receso para sus actividades. Aun así adelantaba en el receso en lugar de platicar sobre Vaca o jugar con otros niños que no fueran sus hermanos. En la cuarta semana ya tenía suficiente tamaño para ir de paseo y sus dientes habían crecido, probarían el juguete  que su padre le regaló en un parque cercano donde también seria paseado por primera vez.   Vaca no dejaba de ladrar, causando que varios bebes rompieran el silencio del mundo y convirtiendo aquel relajante lugar en un ambiente tenso. 
               
             — ¿Por qué mandan a callar a los perros y a los niños no? —preguntó Adelaida— Si es ruido el de ambos.
                — Porque los niños no pueden hablar sino llorar. —Respondió Génesis— Aunque los perros tampoco puedan hablar, a ellos se les educa desde cachorros.
             — ¿Quiere decir que si ladra es mal educado? 
             — No necesariamente, eso dice el Sr. Cesar. 
    
       Ambas se retiraron, recordando que su pariente cumplía años. La noche anterior acordaron con sus padres que cuidarían a su hermano Elías y que lo ayudarían a alistarse antes de que su padre volviera a casa para ver a su primo. Cumplieron su palabra y en la espera dormidos los encontraron. Vaca seguía mordisqueando su juguete de roedor gris. Al llegar, saludaron a sus primos y vieron el delicioso pastel que su  tía Marta hacia con la famosa y divina crema de receta misteriosa . A esa edad, cuando todo era un misterio. Esperaron a que los adultos despejaran la cocina y Adelaida probaba la crema del pastel, pensando que nadie se daría cuenta si untaba su dedo índice en la parte posterior del pastel. Al terminar su hazaña, reproducieron la musica y fueron a visitar el jardín de su abuela en el que esperaban conseguir frutos. Pidieron permiso para subir a el y como de costumbre, subió Javier, el primo mayor, mientras Elías y Adelaida  con una bolsa abierta aguardaban la caída de los mangos. 
                 
                   —Adelaida, cuida a tu hermano. Te quedarás unos minutos con tus hermanos y tíos. Iré por unas bebidas a casa, ¿quieren algo? —preguntó la madre— un juguete.
                   — Está bien. No, Mami. Javier me presta los suyos, tiene muchos. 
                    — Dios me la bendiga, cuidado con el árbol. 
                    — Amén.

      Al terminar de bajar los mangos, pidieron a su abuela helados del fruto. Sabiendo que haría más que helados, esperarían jugando y comiendo dulces. 
    
     Anochecia y ninguno en la fiesta sabia de los padres de Elías, Génesis y Adelaida. Comenzaban a preocuparse, repitiendose "ya deben de vernir". No más de cinco minutos transcurrieron y sus padres llegaron. Ambos, cabizbajos, miraron a Adelaida. Ella, asustada, preguntó: "¿Qué pasó?" obtiendo como respuesta de su padre, "Fuimos a la casa y Vaca estaba dormido. Eso pensamos. Pero al irnos, notamos que no dormía..." en ese momento, solo brotaron lágrimas de su rostro, apenada por llorar en la fiesta, fue a la habitación de su abuela y descansó. Despertó para cantar cumpleaños y felicitar a su primo, pero éste, comenzó a llorar al verla tan triste que sus padres tuvieron que separarlos, dándoles par de pasteles. El pastel solo funcionó con Javier, Adelaida quería irse a casa. Estando en casa, el vacío fue tan grande que pidió a su padre sacar el juguete de Vaca. Por error, había quedado en casa. Al tomar el roedor de goma, percibió un fuerte aroma de putrefacción, dándose cuenta por fin que lo que tenia en sus manos no era de goma, sino de carne y hueso. Génesis, al ver a su padre pálido, tocó su brazo y éste soltó el roedor envenenado con pequeños mordiscos que Vaca había podido dar. 
    
     Después de limpiar el área, se preguntaba quien había sido capaz de llevar a cabo tal acto. A su mente no llegaba más que la sospecha de sus vecinos, quienes a pesar de haber obsequiado al can, habían sido molestados en el parque con los ladridos de un inofensivo dálmata. 

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